domingo, 14 de noviembre de 2010
La caja de Pandora de todos los murcianos / Francisco Poveda
El día que quemamos nuestra soberanía / Francisco Poveda
martes, 9 de noviembre de 2010
El crack mundial no es ya cosa de agoreros catastrofistas / Francisco Poveda *
Los signos que se aventan a diario en el mundo económico no pintan nada bien después de una larga etapa de derroche y latrocinio por doquier, y no sólamente en Wall Street, aunque el diseño del gran fraude del papel sin respaldo convenido fuese más de factura neoyorkina que suiza.
viernes, 5 de noviembre de 2010
Historia de una entrevista histórica en Carabanchel Bajo / Francisco Poveda
Era enero de 1975 y los jóvenes dirigentes del franquismo en su estertor ya veían la necesidad de un pacto político con la Oposición democrática emergente para salvar los muebles con la reforma del sistema. Los indultos se sucedían para preparar el terreno y de ellos se benefició un maduro obrero soriano, de La Rasa de Osma, con 57 años, llamado Marcelino Camacho Abad y con cierta aureola de indomable porque nadie conseguía doblarlo, ni doblegarlo, ni domesticarlo. "La derecha me respeta por mi trayectoria vital y el prestigio que significa, pero no me mima, más bien me desprestigia con noticias falsas", se quejaba.
No obstante su salida de la cárcel, el Régimen no lo quería por ahí suelto haciendo proselitismo entre los oprimidos y le impuso un silencio público que tentaba a intentar que no fuera absoluto. Con la ayuda de mi hermano Miguel, estudiante de Sociología en la Complutense, miembro de las JJSS y con buenos contactos en un PCE aún en la clandestinidad relativa, utilizamos como cauce a José Antonio Moral Santín, un joven profesor comunista de la Facultad de Ciencias Políticas (actualmente catedrático y consejero de Caja Madrid) por su condición de responsable de Economía en la dirección comunista del interior.
En Murcia (pensaba alojarse en casa de un compañero de la HOAC) y Valencia se programaron pronto unas conferencias por parte de sindicalistas en la sombra y opositores, que finalmente fueron suspendidas por la autoridad gubernativa. Era enero de 1975 y a Franco le quedaba menos de un año de vida, por lo que su gente necesitaba ser algo aperturista so pena de perecer en el tránsito. La libertad de prensa era, pues, una de las pocas avanzadillas efectivas para la posterior transición aunque tuviese ciertas limitaciones de autocensura.
Confieso que aproveché la rendija y me planté en casa de Marcelino Camacho, no más de 60 m2, en el madrileño barrio de Carabanchel Bajo, en la fecha y hora convenida a través del Comité Central del PCE, creo recordar que el sábado 17 de enero a las 10 de la mañana.
Al llegar solo estaba su esposa Josefina (una pantalonera, almeriense de Fondón, 1927, en La Alpujarra, emigrante a los 4 años, a la que había conocido durante su exilio de catorce, primero en el Marruecos francés, 1943, y Orán, 1944-1957. Se casó en Argelia en 1948 con su compañera de toda la vida, Josefina Samper Rosas, afiliada a las JSU, una mujer como él e hija de minero emigrado, que luego popularizó sus característicos jerséis de lana gruesa) pero ni Marcelino ni ninguno de sus dos hijos, Marce y Yenia, adolescentes en aquella época, me estaban esperando.
Al poco apareció ante mí el mito en carne mortal y con uno de sus caracteríscos jerseys de cuello vuelto tricotados por Josefina para su esposo, internado hasta hacía bien poco en la tercera galería de la cercana y tristemente célebre cárcel de Carabanchel. Venía de comprar el 'Ya', su periódico de cabecera, aunque también el 'Arriba" para "ver como respira el Régimen y como se mete conmigo en sus editoriales", decía algo resignado.
Recuerdo que irradiaba una personalidad especial aquella mañana para la primera entrevista periodística en la libertad (la segunda se la hizo días después la agencia soviética de noticias Tass a través de su corresponsal en Madrid), publicada justo a la semana, domingo 27 de enero de 1975, en la contraportada de todas las ediciones del diario 'La Verdad' gracias al talante inequívoco de su entonces director Juan Francisco Sardaña Fabiani, un joven valenciano de origen sardo, salido de la militancia católica y cargado de hijos.
La casa, limpia y recogida, típica de los años 60 en la periferia madrileña, era más que modesta en un clásico barrio obrero. Tenía cuatro alturas el edificio pero carecía de ascensor. Creo recordar que los Camacho-Samper vivían en el 3º izquierda (¡como no!). Marcelino la tenía llena de los libros que, por encargo, le había ido comprando Josefina para ir formándose e instruyéndose durante los largos días de cárcel en varias etapas.
Nos sentamos en un pequeño despacho-biblioteca, soleado pese a los visillos y acogedor, donde su esposa nos sirvió un frugal desayuno a base de café con leche y magdalenas, solo interrumpido por las llamadas telefónicas de otros periodistas con menos suerte que yo.
Marcelino no quería ser un superstar ("que lo sea la clase obrera aunque yo sea su cara") tras cobrar mucha actualidad. Ni se consideraba un mito o algo parecido. "Todo el mundo me respeta porque mi vida ha sido una lucha constante pero no soy un mito aunque la realidad haya que expresarla con nombres concretos y la derecha quiera desprestigiarme".
La lucha sindicalista volvió a llevar a Camacho a la cárcel en 1966, cuando trabajaba como tornero-fresador en 'Perkins Hispania', donde retomó su trabajo sindicalista, él que pudo haber acabado en un seminario de la mano del párroco de su pueblo en vez de dedicarse a sabotear los transportes del bando nacional durante la guerra. Un arrebatador impulso reivindicativo -conocido desde su liderazgo en la fábrica de la Perkins, luego 'Motor Ibérica'- le llevó a pasar muchos años en prisión. Pagó muy cara su dedicación a la lucha por la democracia y para que los trabajadores españoles tuvieran una vida digna.
Porque de nuevo volvió a prisión en 1967 y 1972; esta vez, víctima del famoso proceso 1.001 junto al resto de la cúpula de CCOO (Nicolás Sartorius, Miguel Ángel Zamora, Pedro Santiesteban, Eduardo Saborido, Francisco García Salve, Luis Fernández, Francisco Acosta, Juan Muñiz Zapico y Fernando Soto).
En las diversas estancias en la cárcel, Marcelino aprendía, además de a debatir, el significado de conceptos como plusvalía, capital, productividad, inversión, lucha de clases..., que luego manejaba airadamente en sus apasionados discursos. Para hacer menos frías y duras esas estancias en la cárcel, Josefina le tejía sus famosos jerseys, los marcelinos, que luego crearon todo un estilo en la transición. La democracia le devolvió la libertad y sacó de la clandestinidad a su sindicato, las CC OO, cofundado por él en 1960. Camacho exhibía, al menos, el carné nº 1.
En la mesa camilla un montón de cartas de todas las partes del mundo pendientes de contestar, carpetas, fotos y recuerdos. En las paredes, un poster con su figura y un cuadro pintado por él mismo, y en otra mesita, muy bien ordenado todo: fotocopias, recortes de periódicos extranjeros, telegramas, una foto con sus hijos e invitaciones de los sindicatos de EE UU para impartir las conferencias que se le prohibian en España. Al poco viajó a Boston con su fiel e inseparable Josefina.
Camacho se mostró durante toda la entrevista como un radical pacífico porque ni siquiera entonces era un extremista ni anidaba en él rencor alguno por el trato recibido. Era un claro partidario de la ruptura democrática sin violencias, tal vez estigmatizado por el alto precio pagado por la clase obrera a raíz de todo tipo de excesos en nuestra Guerra Civil y porque, a su juicio, los sindicatos históricos habían perdido el contacto con las masas. "El fraccionamiento sindical es el suicidio de la clase obrera en un país con un poder político y económico tan concentrados", afirmaba para fundamentar su idea de una gran central sindical única y plural, quizá pensando que la UGT era un sindicato de otra época.
"Debemos huir de portugalizaciones, se requieren soluciones a la española", me decía tras constatar al salir de la cárcel, menos represión y dureza aunque la misma falta de libertad, por lo que se inclinaba antes por un pacto político que por un pacto social. "Sin democracia no puede haber acuerdos sociales y los partidos políticos son necesarios para esa libertad, todos sin exclusiones", añadía, más como miembro del PCE que como fundador de las Comisiones Obreras, que ya infectaban el sindicalismo vertical oficial de la época.
Al final, hice un balance de percepciones sobre el entrevistado y llegué a varias conclusiones: me pareció un hombre cabal, idealista hasta el extremo, sin rencor hacia sus carceleros, con esperanza fundada, positivo por proactivo, de buena sombra, siempre convencido de lo que decía y hacía en defensa de unas causas que consideraba justas, y que entregaba con generosidad una energía que nunca utilizaba para sí mismo sino para la defensa de los derechos de los otros. Parece que libertad, justicia social y paz resumen toda su acción.
Pronto te dabas cuenta de que Marcelino era un hombre bueno, vital, lleno de cordialidad, con una mirada sana, sin atisbo de maldad, que luchaba por unos ideales y que, sin él quererlo, se convirtió en una referencia de la izquierda por su espíritu combativo en defensa de los derechos de los trabajadores y en la lucha por sus derechos sociales.
Humano y honesto hasta la médula, ya en esa fecha era una referencia ética para la izquierda sociológica por una integridad personal enorme; Marcelino, hombre coherente y de compromiso, reunía a simple vista todas las virtudes cívicas al ser capaz de entender las ideas de los demás como hombre de bien, sin dejar de mantener fervor por sus ideales comunistas; era ya en esa fecha reconocido como de lo mejor de la clase obrera y de la lucha por la igualdad en el estado del bienestar. No lo percibí en ningún momento como un forofo del llamado 'paraiso socialista'.
Sentí al despedirme, al filo del mediodía, que, tanto él como Josefina, eran buena gente, afable y sencilla, y Marcelino un castellano de ley. Pese a tener una de las casas más modestas entre las que he ido para hacer entrevistas en los últimos 40 años, sabían recibir a quien les visitaba. Su hogar era alegre y tenía alma. Con eso me quedé porque nunca más volví a verlos de cerca para poder hablar con ellos y comprobar que no habían cambiado. Pero sí leí su libro-testamento 'Confieso que he luchado'.
El reyezuelo neoirlandés / Francisco Poveda
martes, 27 de abril de 2010
Juan Carlos I, um líder antes que um rei / Francisco Poveda *
A Espanha, um país de vales e montanhas, é um local de muito difícil gestão. Depois de um mais que turbulento século XIX e um século XX que apontava para superá-lo para o pior, o já longo reinado de Juan Carlos I está sendo uma das épocas de maior esplendor e progresso do país, só equiparável ao governo de seu parente direto Carlos III no século XVIII. E democrático ao estilo saxão ou escandinavo.
Em um momento em que, pela idade do rei e o tempo ocupando o trono, começa-se a fazer balanços, e alguns na Espanha, desde a direita mais conservadora e a esquerda mais extrema, aproveitam para questionar a legitimidade da instituição, convém refletir sobre a necessidade, ou não, de prescindir de uma liderança tão popular e garantidora para os espanhóis. Nenhum monarca na história contemporânea da Espanha esteve tão perto do povo.
Juan Carlos I demonstrou ser peça fundamental numa engrenagem constitucional complexa, ainda que consensual, reformável e dificilmente substituível agora por outra menos equilibrada e solidária. Agora por agora, o rei é a garantia de liberdades públicas reais e não só formais, da sobrevivência da Espanha como tal e em sua diversidade, da moderação na vida pública, da defesa nacional na qualidade de vértice das Forças Armadas e da política externa. Que líder em nossa história reuniu sequer a metade destas qualidades todas?
O monarca segue sendo, apesar da sua idade e tempo no trono, o garantidor também da própria instituição monárquica. Enquanto viva e mantenha seu juízo são, não parece possível convulsão alguma no sistema, apesar de ser o espanhol, todavia, um povo imprevisível. Nenhuma plutocracia à espreita parece ter o que fazer quanto a isso. Tampouco há a vista alguma figura política com suficiente estatura de estadista e capacidade de agregação bastante para propor a sério, e ao destino, uma mudança da monarquia à república na Espanha.
Inclusive, se após Juan Carlos I se proclamasse a III República, seria uma estupidez e uma torpeza política tentar apagar os sinais visíveis de seu longo reinado, numa vã tentativa de retificar a história "a posteriori". Isso porque não são poucos, nem pouco ambiciosos, alguns políticos de certo perfil, de direita e de esquerda, que estão esperando seu momento de ser presidente de uma nova república após a morte do rei. Seus nomes estão nas mentes de todos e um deles é, até hoje, sem vergonha, conselheiro de Estado em exercício.
Não nos enganemos: alguns deles já movem desde já as forças da mídia desde fora da Espanha para que se produzam ataques, ainda que sutis, a Juan Carlos na imprensa internacional, e isso não parece furto da casualidade nem da conjuntura. Esses ataques respondem a interesses alheios à opinião pública da Espanha e aos espanhóis. Seu objetivo imediato é a erosão da figura do rei justamente num ponto de inflexão causado por sua idade, seu estado de saúde e o estresse inerente da sua alta responsabilidade.
Também estão surgindo livros e textos que desprestigiam o herdeiro de Juan Carlos. E temos ouvido e visto programas de rádio e televisão dentro da Espanha cujo objetivo não parece ser o de favorecer a liderança do rei, chegando-se inclusive a pedir sua abdicação, como se estivéssemos diante de um outro Fernando VII. Demasiadas coincidências no tempo e demasiados impacientes esperando seu momento para, eventualmente, ocuparem a Chefia do Estado.
Mas o futuro ainda não está escrito e Juan Carlos ainda traz consigo poderosa força de inércia para que alguém tente parar a seco a monarquia. Uma grande porcentagem dos espanhóis não conheceu outro líder. Já outra grande parte sabe, agradecida, que ele está cumprindo seu papel histórico com tato, discrição, grande diligência e muita dignidade. E segue sendo, no momento, ínfima a minoria que está propondo alternativas em vida ao próprio rei, o que deixa ainda mais difícil a situação de um príncipe das Astúrias pouco entusiasmado com o cargo, mas também tomado pelo dever dinástico ao alcançar 40 anos, casar e ser pai duas vezes.
O próprio rei sabe das dificuldades que seu herdeiro terá para conservar o trono. Mas pior era sua situação ao ganhá-lo por consenso em novembro de 1975. No fim, a questão será a mesma: demonstração de utilidade e capacidade de liderança. E independência de grupos de interesse no que será então uma democracia telemática, para qual o rei carece de planos. O tempo do futuro Felipe VI não terá nada a ver com o de Juan Carlos I, embora a Espanha continue essencialmente a mesma.
Por mesma me refiro à dificuldade de gestão do país. Quando seus dirigentes não foram muito capazes de entender-la, fracassaram de pronto. Hoje ninguém discute que a república é uma forma de governo mais abrangente e moderna (se mais democrática, ainda estamos por ver), mas a monarquia constitucional não deixa a dever na capacidade de gerar bem-estar para o cidadão, do Pacífico ao Báltico. O que ainda está por demonstrar é se a república resultará mais idônea para um país de tanta complexidade e atormentada história como a Espanha.
Ficou demonstrado historicamente que só com fortes lideranças é possível o progresso da Espanha com unidade na diversidade. Nossa característica individualista não deixa muito lugar para decisões colegiadas, condicionadas, compartilhadas ou vazias de conteúdo. A moderação é, em nosso caso, uma condição e uma necessidade. E parece que a pode sustentar melhor uma autoridade neutra de longa projeção no tempo que outra submetida a revalidação periódica ou a interesses partidaristas do momento.
Nossa transição política tem sido um modelo, mas só da perspectiva da nossa história recente desde meados do século XIX. Apesar do pacto pela não ruptura, tivemos episódios trágicos. Agora estão mais claros os erros e acertos da fórmula, mas a monarquia não pode ser em nenhum caso o bode expiatório de um "neo-franquismo" que resiste a sucumbir nas mãos da História ou de uma Igreja dominada por uma corrente integralista alheia ao Catolicismo espanhol.
A Juan Carlos I temos que julgar o que fez como rei desde 1976 e não o que fizeram o que dele se utilizaram após a vitória da democracia sobre o totalitarismo em 1945. Se a reforma política de 1978 encerra necessárias rupturas, a sua foi a primeira como condição "sine qua non" para legitimá-lo no começo de seu reinado e para mostrar estar à altura do cargo após a tentativa de golpe militar de fevereiro de 1981. Por suas mãos, a Espanha entrou na União Européia em 1986 depois de décadas de tentativas vãs e recuperou os parâmetros democráticos perdidos em 1936 com a eclosão da Guerra Civil.
O agora tão admirado por todos Adolfo Suárez foi por Juan Carlos escolhido, que lhe deu cobertura e deixou agir segundo a conveniência de ambos. Mesmo a incomum duração da permanência de Felipe González no Palácio de La Moncloa foi alheia à intenção do monarca de consolidar uma democracia para todos. Só por isso o rei da Espanha merece, no seu aniversário de 70 anos, a gratidão dos cidadãos por evitar a repetição de episódios que, novamente, nos fizessem sentir envergonhados como espanhóis perante o mundo.
Monarquia ou república é um debate em que se deve pesar a haveres e deveres de cada sistema de governo segundo nossa própria experiência e a do nosso entorno para vermos se vale à pena provar a mudança apenas pela própria mudança. É uma questão de calcular o risco e pesar o preço desta decisão se se quer apresentar essa possibilidade algum dia.
Em uma democracia consolidada, como a que nos deixa Juan Carlos I, é até cabível propor prescindir justamente de quem a fez possível com sua liderança. A soberania reside desde 1978 nos espanhóis porque o monarca recusou ser cúmplice e vértice de uma ditadura institucional com aparência de democracia no primeiro momento e depois renunciou poderes civis executivos com a posterior Constituição. Essa é sua grandeza e seu enorme mérito.
Francisco Poveda é jornalista e professor universitário
http://oglobo.globo.com/opiniao/mat/2008/01/04/327876925.asp
Tudo indica que Zapatero será o vencedor nas eleições na Espanha / Francisco Poveda *
Há apenas 15 meses, o atual presidente do governo espanhol foi ungido pelas urnas por seus feitos, otimismo contagioso, ideais, princípios e método de contrastar sempre opiniões diversas. Mas hoje as pesquisas mostram um empate técnico, com uma ligeira vantagem a favor de quem o prestigiado jornal britânico "The Times" considerava então o líder social-democrata e político mais valorizado da União Européia por causa da confiança e convicção que transmite.
Os primeiros efeitos nefastos sentidos pela crise do esgotado, por ser muito desequilibrado, modelo econômico herdado de Aznar e o ruidoso fracasso das negociações de seu governo com o bando terrorista basco ETA, assim como se sucedeu com outros governos democráticos anteriores, consumiram em muito pouco tempo grande parte do capital político acumulado por Zapatero com a aprovação de 150 leis sociais para a modernização da Espanha desde sua inesperada chegada ao Palácio de La Moncloa, em abril de 2004, após o erro de Aznar de entrar na guerra no Iraque.
A guinada rumo a uma extrema direita sectária do hoje grande partido de oposição, o Partido Popular, longe de facilitar as coisas para Zapatero, produziu na última Legislatura, ao não assimilar ou assumir sua derrota eleitoral de 2004, uma forçada e crescente polarização na sociedade espanhola. Por meio do recurso nada ético de assustar, exagerar e anunciar o cataclismo, ela faz lembra um dos piores tempos da história contemporânea da Espanha pelas conspirações e usurpadas bandeiras nacionais que agitam nos últimos 36 anos após o fim da ditadura militar. Até a Igreja Católica se juntou como aliada, com grande veemência e ativismo político, à resistência às mudanças sociais implantadas por Zapatero pelo seu temor de que elas tragam uma inevitável "secularização" da vida civil espanhola, com a conseqüente perda de sua influência sobre os fiéis em pleno (e teórico) choque de civilizações de crenças monoteístas.
A previsível ascensão política de Berlusconi na Itália e, agora, as maiores chances de Rajoy na Espanha soaram os alarmes em Bruxelas. O coração da União Européia, onde a duradoura aliança tácita de moderados, liberais e sociais-cristãos procura estabilidade, segurança e riqueza, volta-se agora para Madri e Roma com certa inquietude diante do avanço de forças "eurocéticas" ao longo da costa mediterrânea, que se valem de uma retórica catastrofista diante de previsíveis tensões sociais trazidas pelo aumento do desemprego depois de uma década de grande bonança econômica.
A possibilidades eleitorais de um iracundo e distante Rajoy frente a um Zapatero tranqüilo, próximo e satisfeito se vêm prejudicadas pela própria dinâmica de sua estratégia: certa demagogia temperada com meias verdades dentro de um jogo de deslealdade institucional calculada para desgastar seu adversário ainda que a custa de tensionar complexos processos territoriais, dar opções desnecessárias ao terrorismo e molestar os imigrantes, vistos como responsáveis pela criminalidade em ascensão, fazem-no perder toda a credibilidade, aborrecer e descrever uma Espanha em preto e branco muito longe do colorido otimista que almejam até os espanhóis mais imprevisíveis.
Mas a Espanha não se deixa voltar para o passado. Mais de 1 milhão de novos jovens eleitores permitem prever que finalmente Zapatero ("só se pode ganhar se se está da vitória") poderá impor-se por suas atrativas propostas para o futuro do país. Uma pesquisa feita após o primeiro debate na TV com o atual líder oposicionista Rajoy, escolhido a dedo por Aznar como seu herdeiro político, apontou uma maior preferência pela esquerda entre os eleitores de 18 a 55 anos e nas regiões com menor sentimento "espanholista", com exceção da Andaluzia, apesar delas serem onde a grande corrupção estrutural impregnou com desonra a classe política governante.
Com uma crise internacional de previsível grande repercussão por sua profundidade e duração, os poderes de fato que representam na Espanha o capital financeiro e a Coroa veriam com muito mais tranqüilidade uma vitória social-democrata por seus planos por mais direitos civis e de manter dentro dos limites do sistema as ânsias das minorias nacionalistas democráticas da Catalunha, Galícia e País Basco. Mas é a complicada situação social que se aproxima que vai requerer uma atitude política determinada para fazer frente e gestionar processos econômicos que sirvam de paliativos para as conseqüências desta crise sobre a grande maioria da população espanhola, alçada a um artificial nível de vida por créditos de longo prazo e que agora dificilmente poderá manter em razão da perda de empregos. Neste caso, o programa do PSOE encerra um projeto "ad hoc" frente à postura do PP, que não tem planos claros e convincentes para o crescente contingente de pessoas atingidas pela perda de postos de trabalho e patrimônio, que já são efeitos retardados a ausência de um mínimo sentido social nas políticas desenvolvidas por Aznar nos campos de urbanismo e habitação durante seus oito anos de governo (1996 a 2004).
A catarse parece inevitável, apesar da subsistência das lendárias "duas Espanhas". Enquanto os aposentados, especuladores, integristas católicos, altos funcionários, pessoas mais temerosas, inseguras, menos competitivas, os emigrantes na América e os privilegiados desde o Franquismo se identificam mais com a retórica do PP, a esperança que Zapatero vende atrai os jovens em busca do futuro, os empregados qualificados, pequenos empresários, profissionais liberais e quase todos os emigrantes espanhóis na Europa, docentes e estudantes.
Com uma fatia de 20% ainda de eleitores de indecisos, se antes do 9 de março não ocorrer nenhum "choque de trens" que possa subverter a atual tendência, tudo parece indicar que o PSOE revalidará sua atual maioria, inserido na mais pura tradição social-democrata européia. Como no caso de Obama nos EUA, os inovadores, os cientistas e os artistas declararam seu apoio a Zapatero, que deverá permanecer no poder.
(*) Francisco Poveda é jornalista e professor universitário